LTC en el Comedor “Por amor a los niños” en Ciudad Oculta

 

El sábado amaneció frío. Un porcentaje grande del país esperó ansioso el primer partido de la selección y otros tantos durmieron un ratito más o se despertaron con el festejo del gol propio o la queja del gol ajeno. Después del partido, cuando el sol calentaba todavía un poco, llegamos a Ciudad Oculta con nuestras valijas de LTC.

LLegamos al comedor “por amor a los niños” después del almuerzo, algunos todavía con la modorra de la panza llena, algunos otros ya se habían ido. La propuesta fue que todos, independientemente de la edad, puedan jugar con tecnologías y a partir de ahí aprender cosas nuevas.

El comedor da el almuerzo y la merienda a alrededor de 150 personas. Las viandas no alcanzan, llegaron los recortes y se las arreglan como pueden. La colaboración entre pares y la creatividad propia de los que hacen malabares para llegar a fin de mes, es lo que hace que puedan seguir con la tarea.

Algunas jóvenes esperaban ansiosas nuestra llegada, -“nos quedamos para ver qué onda”-. Nosotros también teníamos esa expectativa, la certeza de que vamos a hacer algo con amor, que nada puede salir mal y que vamos a ver qué onda. No somos improvisados, trabajamos de esto desde hace tiempo y cada día tratamos de que salga mejor, o mínimo, aprender de los errores para que no vuelvan a suceder. Sin embargo, siempre hay algo que tiene que ver con flexibilidad de nuestro proyecto, y de nosotros: no siempre están dadas las condiciones para que el taller salga de una forma controlable, determinada y previsible. Pero al mismo tiempo,  es lo que más nos gusta de nuestro trabajo, que sea cambiante, que se adapte a los lugares en donde estamos, que se deje influenciar por lo que ronda en el aire y si lo que ronda no está bueno, crear un micro-espacio distinto que rompa con eso y transforme.

Una cosa linda que viene pasando en este año con tanto movimiento es que muchos compas de la coope vienen a visitarnos a los talleres, a darnos una mano, a jugar, a cebar mate. Y como éramos varios nos organizamos en tres mesas: una en la que un grupo de tres chicas jóvenes hicieron los desafíos; otra, en la que los compas que no habían hecho los desafíos, pusieron manos a la obra; y una en la que laburamos con los más peques.

En esta última mesa, había niñes de entre 3 y 6 años. Tiramos todos los ladrillitos en la mesa y las masas conductoras de energía, las baterías, los Led’s, los elementos de mecánica.  Empezaron a jugar, a tocar, a entender cómo funcionaban los elementos. Como disparador, leímos/chusmeamos/interactuamos con el libro “Animalario universal del profesor Revillod” que tiene un esquema de armado de animales disparatados a partir de la combinación de las distintas especies.

Después de chusmear el libro, trabajaron en la construcción de un auto. Las ruedas tienen ese no se qué! y le agregaron las luces de Leds y las baterias en las ruedas.

Algunas preguntas son esenciales para que piensen un dispositivo original: ¿el auto de quién es? ¿va vacío? Instantáneamente, para responder a estas preguntas, lxs niñxs se disponen a completar el automovil con personajes y demás cosillas. Después de eso, les propusimos que armen una ciudad en donde podamos hacer andar al vehículo. Usaron la tecnología de las fibras para dibujar árboles y casas, hicieron una torre con luces para alumbrar el barrio.

 

 

-“¿Sabes rapear?”-  Ella rapea y encaró sola un proyecto de tecnologías ambicioso. Por la edad, estuvo con los más chicos al prinicipio, pero después, lentamente se fue a jugar con los arduinos, los motores y las poleas.

 

Estos espacios desafían e invitan a derribar estigmas sociales y estereotipos. En nuestro caso, nos propusimos hacer del taller de tecnologías creativas un espacio de encuentro. Un encuentro en donde la tecnología es una excusa donde activar la imaginación, poner en acción la creatividad, aprender cosas nuevas, encontrarnos para sabernos distintos en algunas cosas e iguales en tantas otras.